

No tengo ni idea de lo que le costó a la Iglesia la obra de Miguel Ángel. Pero lo que sí sé es que ni los príncipes renacentistas más refinadamente despiadados (y suponiendo que hubiesen tenido tan pésimo gusto) se habrían atrevido a dilapidar el dinero de sus súbditos con la ligereza y el brutal descaro de los gobernantes del siglo XXI. No en vano afirmó Bertrand de Jouvenel que "la historia de Occidente viene ofreciéndonos un proceso casi ininterrumpido del crecimiento del Estado." Íntimamente relacionado con la decadencia de su cultura, cabría añadir. Pero eso ya es otro tema.